Esta semana fui al concierto de Rawayana en Medellín. La noche estaba pintada, no llovió, las nubes parecían olas serenas. Un rooftop en la Central Mayorista fue el punto de encuentro, para lo que se pareció más a una fiesta que a un recital.
La primera vez que vi a Rawayana en vivo fue en el 2011, en un toque pequeño en El Molino, un bar de Caracas conocido como “el templo del rock”. Éramos todos unos chamitos, buscando refugio y escape de la crisis del país en la música.
Ese año lanzaron su primer disco: Licencia para ser libre. Soundtrack de viajes en bus de Caracas a Puerto para visitar a mi familia y de esos últimos meses de universidad. Le dediqué Falta poco a mi crush y ese concierto fue una de nuestras primeras citas.
Tres años después trabajaría con ellos cuando era brand manager de redes sociales de Pepsi Venezuela y me tocó hacer la cobertura de su episodio de Pepsi Streams. Me pagaban por eso, sí, una de las épocas más felices de mi vida.
Con esos antecedentes llegué el jueves a reencontrarme con ellos en una tarima. La música es hilo que teje memoria y sentí cómo una serie de episodios atados se me descosían por dentro.
Este concierto es lo más cerca que he estado del mar este año. Las pantallas mostraron las playas de Choroní justo antes de que la banda se montara. Proyectaron chats de panas planeando viajes al mar en varias partes del mundo, porque si hay algo que nos une es saber que el agua salada cura casi todo mal.
Fui con mi amiga Rocksa, que me decía: “Esto es el verdadero Caracas en el 2000”, haciendo referencia a la canción de Elena Rose en la que Rawa colabora en un remix. Y sí, una parte de mí viajó en el tiempo a punta de baile, nostalgia y alegría.
Y claro que habían banderas de Venezuela y camisetas de la Vinotinto, también de Colombia y looks playeros a más de 300 kilómetros de la playa más cercana. Y claro que sonaron tambores de La Sabana, merengue, reggae, funk, soul, puro pop rock del Caribe.
Y Apache salió con High y salté, y sonó un cover de World, Hold On de Bob Sinclair para el momento dosmilero que no sabía que necesitaba, y vi el cielo, y cerré los ojos, y me olvidé por un ratico de todo lo que no fuera estar ahí bailando y cantando a todo lo que mi cuerpo daba.
La música es la expresión artística más noble, portable, accesible. Recordatorio del tejido propio, excusa para el cuerpo y la memoria. Mecanismo de defensa, salvavidas y educación del alma. Conjura de otros tiempos y a la vez ancla del presente.
Esta semana volví de una manera al mar, a casa y a mí. Porque la música también es un recordatorio de lo que ya no eres, de lo que se ha ido y eso es hermoso. Y se llori-baila, como la vida.
🎶Una canción (dos) en vivo
Creo que esta es la primera vez que escucho Bombay Bicycle Club y bueno, la mejor presentación que pude tener fue este video de la semana pasada en Glastonbury. Plus: invitaron a Damon Albarn.
🎤Un standup comedy show
Tiktok empezó a mostrarme videos de Josh Johnson y qué refrescante un standupero que no basa su show en crowd work (hablar con el público). Claro que no me sorprendí al enterarme que es también actor y escritor nominado al Emmy. Sus rutinas son inteligentes y sustanciosas, por si te quieres reír mientras aprendes algo.
📹Una cuenta en Instagram
Vero Calderón, mejor conocida como elvlogdetrin, es una artista que hace de sus reflexiones videos cortos hermosos que siempre me dejan con una sonrisa. Consistentes en forma y fondo, stop motion y buenas historias. No puede salir mal.
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Nos leemos la próxima semana.
Un abrazo,
Sofí.